Rocio Morel... Emocionante!
Hoy es el último día de mi segunda luna. Tengo 27 años y esta fue la segunda vez que mi menstruación fue un regalo. La primera, el mes pasado, llegó dos semanas adelantada según el calendario; pero llegó perfecta según mi útero, mi cuerpo, mi alma y mi voz.
Como millones de mujeres y hombres en el mundo, en la historia, yo también fui abusada sexualmente. Era demasiado pequeña cuando sucedió y pasaron años hasta que pude entender lo que había pasado. Durante 6 años viví en una inocente y confusa ignorancia, durante 13 años más viví en una violenta vergüenza, asco, miedo, desconfianza y dolor, mucho dolor. Mis lunas siempre han sido muy dolorosas, los analgésicos y los tampones iban juntos en mi bolso. Analgésicos para los cólicos insoportables (que todos los meses me dejaban un día o dos doblada en la cama), los tampones para esconder mi estado.
Aprendí del mundo que mi menstruación era algo que debía ocultar, algo asqueroso, oloroso, sucio, tabú, símbolo de estar “fuera de estado”, “indispuesta”, “no disponible”, “inútil”… No cuestioné nunca ese mensaje; hasta hace unos meses.
Un ángel llegó a Santiago de Chile con su Taller de Úteros y unos abrazos que me hicieron volar. Tuve la dicha de poder contarle toda mi historia y, al preguntarme si alguna vez había enfrentado o simplemente hablado con quien me había abusado, sembró una semilla. Yo creía que eso no era necesario, la sola idea me parecía muy agresiva: ¿cómo voy a hablar con este tipo si pasaron tantos años? Además, sentía que no iba a cambiar las cosas, que honestamente ya había perdonado en mi corazón porque creía en la inconciencia de alguien que en su adolescencia no sabía el dolor que estaba causándome, y, que, en realidad, era algo que no tenía solución o sanación completa. Igual, la semilla estaba plantada en tierra muy fértil.
Tiempo después viajamos con mi marido a Argentina a visitar a la familia. Había mucho para celebrar con ellos y nos encontraba juntos y fuertes. Decidí que era el momento, tenía que hacerlo: no iba a terminar este año sin hablar, sin darle voz a mi cuerpo, a mi pasado, a mi futuro. Así que le pedí a mi esposo me acompañe pero que sólo yo iba a hablar.
Fuimos, hablé, el tipo negó todo, yo temblaba por dentro, temblaba pero mi voz era firme, mi alma estaba firme, mi útero estaba agradeciendo. Sólo le dije que no me había olvidado de lo que había hecho, pero que en ese momento estaba ahí para darle un final a todo, para rehacer mi vida con mi marido, para no tener miedo, ni esconderme, ni sentir desconfianza de la gente nunca más.
Fue demasiado intenso, mi papá y mi esposo estaban como escoltas, yo era la que hablaba. Fue increíblemente liberador, lloré pero mi mente estaba clara, certera y las palabras salían sin violencia ni rencor como agua pura de una fuente.
Dos días después llegó mi luna dos semanas “adelantada”. La primer luna sin dolor alguno. Mi sangrado se convirtió para mí en lo más sagrado que tengo como mujer, como dueña de mi cuerpo y de mi historia. La bendición de menstruar y saber que es soy una de las criaturas más hermosas de la creación: una mujer roja y lunática en verdadera paz.
Como millones de mujeres y hombres en el mundo, en la historia, yo también fui abusada sexualmente. Era demasiado pequeña cuando sucedió y pasaron años hasta que pude entender lo que había pasado. Durante 6 años viví en una inocente y confusa ignorancia, durante 13 años más viví en una violenta vergüenza, asco, miedo, desconfianza y dolor, mucho dolor. Mis lunas siempre han sido muy dolorosas, los analgésicos y los tampones iban juntos en mi bolso. Analgésicos para los cólicos insoportables (que todos los meses me dejaban un día o dos doblada en la cama), los tampones para esconder mi estado.
Aprendí del mundo que mi menstruación era algo que debía ocultar, algo asqueroso, oloroso, sucio, tabú, símbolo de estar “fuera de estado”, “indispuesta”, “no disponible”, “inútil”… No cuestioné nunca ese mensaje; hasta hace unos meses.
Un ángel llegó a Santiago de Chile con su Taller de Úteros y unos abrazos que me hicieron volar. Tuve la dicha de poder contarle toda mi historia y, al preguntarme si alguna vez había enfrentado o simplemente hablado con quien me había abusado, sembró una semilla. Yo creía que eso no era necesario, la sola idea me parecía muy agresiva: ¿cómo voy a hablar con este tipo si pasaron tantos años? Además, sentía que no iba a cambiar las cosas, que honestamente ya había perdonado en mi corazón porque creía en la inconciencia de alguien que en su adolescencia no sabía el dolor que estaba causándome, y, que, en realidad, era algo que no tenía solución o sanación completa. Igual, la semilla estaba plantada en tierra muy fértil.
Tiempo después viajamos con mi marido a Argentina a visitar a la familia. Había mucho para celebrar con ellos y nos encontraba juntos y fuertes. Decidí que era el momento, tenía que hacerlo: no iba a terminar este año sin hablar, sin darle voz a mi cuerpo, a mi pasado, a mi futuro. Así que le pedí a mi esposo me acompañe pero que sólo yo iba a hablar.
Fuimos, hablé, el tipo negó todo, yo temblaba por dentro, temblaba pero mi voz era firme, mi alma estaba firme, mi útero estaba agradeciendo. Sólo le dije que no me había olvidado de lo que había hecho, pero que en ese momento estaba ahí para darle un final a todo, para rehacer mi vida con mi marido, para no tener miedo, ni esconderme, ni sentir desconfianza de la gente nunca más.
Fue demasiado intenso, mi papá y mi esposo estaban como escoltas, yo era la que hablaba. Fue increíblemente liberador, lloré pero mi mente estaba clara, certera y las palabras salían sin violencia ni rencor como agua pura de una fuente.
Dos días después llegó mi luna dos semanas “adelantada”. La primer luna sin dolor alguno. Mi sangrado se convirtió para mí en lo más sagrado que tengo como mujer, como dueña de mi cuerpo y de mi historia. La bendición de menstruar y saber que es soy una de las criaturas más hermosas de la creación: una mujer roja y lunática en verdadera paz.
* Escrito fruto del taller Rituales Femeninos Masculinos que coordinamos Berenise Carballo y Eduardo Sockolovsky(nov 2014), del grupo de mujeres para el de hombres y los hombres!
QUERIDOS HOMBRES
Somos unidad.
Queremos agradecer que estén aquí escuchándonos y recibiendo lo que tenemos para compartirles.
Agradecemos la guía, el soporte y la acción.
Nos estamos acompañando mutuamente en el camino de sanar la masculinidad y la feminidad, y nos invitamos a recrear juntos qué es ser hombre y qué es ser mujer en este momento de la historia. Aprender a convivir más , a nadar en la libertad de lo que cada un@ es, aceptarnos, escucharnos, reconocernos, sin querer cambiar lo que el/la otr@ es. Honrar nuestras similitudes y diferencias.
Como mujeres nos proponemos dar espacio a lo femenino, darnos apoyo para que lo femenino se exprese.
Las mujeres somos cíclicas, cambiantes, cada mes nos atraviesan distintas realidades hormonales, somos mutables.
Los invitamos a reconocer lo bonito de cada uno de nuestros momentos, que nos acompañen en este proceso, que no intenten definirnos, sino aceptarnos.
¿Qué necesitan de nosotras?
¿Qué ven de nosotras?
Ampliemos la escucha de lo que somos, de lo que sentimos. Animémonos a compartir el rol de guiar, para que podamos sorprendernos, para que surjan cosas nuevas y abrirnos a que las cosas sucedan espontáneamente, bajando la exigencia.
Crear junt@s un marco de confianza y seguridad para compartir nuestra vulnerabilidad y fragilidad.
Nos proponemos trascender la guerra, y pensar, sentir y decidir junt@s hacernos responsables, conversar, comunicarnos, cambiar.
Honramos su fuerza, su guía, su sostén. No queremos que las dejen, sino que las equilibren con su femenino.
¡Gracias!
Con cariño,
Las Mujeres
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